jueves, 18 de marzo de 2010

modernidad


Que paradójico. El hombre ha llegado a la luna, creado y engendrado de su semen negro tanta maquinaria útil como ineficaz que ha llenado tanto el planeta, la historia y la psique colectiva de superflua y poco hábil humanidad.

Y al pensar en ello llegan a mi mente preguntas tan básicas como superfluas que llenan por un efímero periodo de tiempo mi mente: ¿Somos más evolucionados? ¿Somos hombres superiores por tener un televisor, un computador o un iPhone? ¿Nos sirvió llegar a la luna? ¿Cambiamos en algo nuestra concepción como hombres o seguimos siendo seres que corren tras un mamut?

Es complejo. El hombre se ha vuelto tan “civilizado” que ha olvidado en gran mayoría su naturaleza animal tildándola de irrisoria, banal y enfermiza, desplazándola a pequeños lapsos de tiempo en su vida que, sin embargo, producen gran satisfacción y placer.

En la actualidad, uno paga por asistir a un concierto a saltar, sudar y gritar como lo hacían antiguamente hombres tribales en una danza frenética de erotismo, pasión y religiosidad, junto a una fogata adorando a sus ancestros y dioses míticos. También, invertimos dinero en deportes que involucran agresión y luchas de poder que en si son iguales a una lucha de líderes del clan por saber quién gobierna. Al fin y al cabo, todas estas conductas suman a una vasta gama de parentescos conductuales del hombre actual con el hombre primitivo que me hacen pensar que nuestra evolución y modernidad es una simple fachada que recubre y coarta la verdadera naturaleza violenta,primitiva que cada individuo conserva reprimida en su ser.

Al fin y al cabo, el hombre siempre será hombre y no podemos reprimir instintos animales ni menos tratar de coartarlos de banales o poco importantes. Pero, siento de igual forma que el hombre sigue viviendo como un ser primitivo. Ya no nos persigue el cazador, nos persiguen las deudas; ya no vivimos en cuevas mal ventiladas ni oscuras, vivimos en bloques compactos y pequeños; ya no somos seres iguales que buscamos el bien común, sino hombres individualistas viviendo en una sociedad desigual perseguidos por el fantasma de la modernidad.

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