jueves, 11 de noviembre de 2010

Vaga idea, refrán de sordos


Proust no habla sobre la existencia, habla sobre la no-existencia. Es como el claro de luna de quiso reflejarse en la invernal floresta polaca, pero nunca lo pudo hacer, sus motivos no son claros, en realidad son un conjunto de axiomas difícil de precisar, ya que gracias a lo existencia ratificamos la aquella propia, en base a la afirmación anterior podemos contradictoriamente cuestionar nuestro propia existencia. Gracias a esa pobre y bastarda analogía se concluye que del paso de una existencia a una no-existencia(o de una existencia prematura a una tardía, o una existencia errada a una sidosa) se bifurca en la realidad temporal del ser. Esto tal vez lo escribió un no-ser, o tal vez nunca fue escrito.

Manifiesto del no leído:

Las palabras (tal vez las no-palabras) no tienen la facultad de cambiar las cosas: sino crearlas y destruirlas. Por esta facultad un poco terca y abstracta hay una infinidad de pensamientos lisiados y prófugos en el gran nebulosa de las ideas que lo único que desean una sola oportunidad para volver la vida, volver a ser objeto del pensamiento del poeta, del constructor, del albañil, del abogado y el comunista; miento, los comunistas no piensan, solo actúan bajo consignas recreadas por un blanco chimpancé que a su vez las extrajo de un judío no confeso.
Algunas ideas desean suicidarse pero no se les concedió aquel autónomo privilegio. Caminan huachas y hambrientas sedientas de ser alabadas, vitoreadas, aclamadas por el refugio ignorante y miserable, siendo reproducida por viles demagogos y pergenios cafiches en las grandes plazas donde furor y el caos orgiástico se hace hipnótico. Como una inexistente droga de masas que se aferra y aloja en cada testículo y sana vulva de nuestra falocéntrica sociedad. Así comienza todo; en base a una difusa mentira que enciende el vasto pastizal de la brutalidad humana que, paradójicamente, con la misma llama hace arder desde el palpitar de nuestra misma conciencia la vaga idea de la invención; así creo una novela.
Comienzo a cavar en la densa tierra que recubre y atesora mis ideas. La tierra esta empapada en blanquecino semen que me hace aun más imposible mi tarea. Todas las noches termino llorando y emborrachado en soledad, con mis manos ensangrentadas, mis pies al rojo vivir y una espina de cicuta en mi abdomen. Pensando que la amargura es un dolor pasajero e inválido, que hay sufrimiento antes de haber gloria –la gloria esta bajo tierra-, y la resignación llega a mí como una bala al carnero. Duermo y mi sangre se funde en la infecciosa verdad, en la paupérrima realidad de un ser imperfecto llamado: Ecce Homo.

(Todo lo que comienza como comedia termina en sexo furtivo)

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