lunes, 15 de noviembre de 2010

fácil hacer, fácil deshacer

Humberto al probar la comida se percato que estaba fría. Nunca le había gustado la comida fría ni menos en invierno cuando las jornadas de trabajo en el aserradero se incrementaban considerablemente. En principio llamo a maría caritativamente, al no ver respuesta la llamo de forma autoritaria: no hubo respuesta alguna. Extrañado fue a la cocina regañando a viva voz a su mujer por la torpeza de no responder a sus llamados. Al llegar frente a la cocina, no se veía a maría por ningún lugar, la preocupación se hizo evidente ¿tal vez salió de improvisto al supermercado?, ¿o salió a botar la basura?, ninguna de estas posibilidades lo tranquilizo. Raudamente-sin preocuparse del excesivo colesterol en sus arterias- subió las escaleras y su miraba se clavo magnéticamente el cuerpo que yacía boca abajo en la habitación matrimonial.

Paso el cumpleaños de maría en el hospital. Entre enfermeros, administrativos y familiares comía alguno que otro emparedado de atún con queso Cheddar acompañado de café. María tenía una severa insuficiencia cardiaca que la mantenía entubada y sin ánimos de comer ni hablar, por su parte, Humberto la acompañaba leyendo aburridas historias policiales o resolviendo sudokus. Aquel matrimonio de más de veinte años nunca tuvo hijos ni menos amistades. Estaban completamente solos dentro del circulo social, y claramente a Humberto le fastidiaba está paupérrima soledad, en cambio a maría le era indiferente, incluso cómodo (maría se había casado enamorada e incluso hasta hoy su amor sobrevivía a la indiferencia y el alcoholismo de su cónyuge) ya que su marido era un solitario trabajador que se emborrachaba en fin de mes, y aunque siempre tuvo la libertad de acostarse con cuanta mujer quisiera: nadie pensaría que Humberto con su metro setenta, obeso, andrajoso y tacaño pudiera conseguirse más que alguna puta barata en la calle o en algún menesteroso burdel. El cardiólogo del hospital estaba convencido que el trasplante era la única forma de salvar la vida de María, claro está, la problemática era que estaba en el decimo lugar en la lista de espera de un donante y que Humberto nunca le ha creído a los médicos. Le fatigaba la idea que la póliza de salud lo dejara en la quiebra:- “después de esto quedare solo y pobre… mierda”-.
La nieve se agolpaba en el ventanal de la cafetería del hospital, ya habían pasado más de dos meses desde que María tuvo el infarto, y Humberto no podía disimular el aburrimiento que le producía cenar todas las noches comida prefabricada en recipientes de plásticos hechos en china. Solo desea que de una buena vez terminara toda esta payasada y volver a su aburrida, pero tranquila vida en donde se remitía a encargarse del papeleo burocrático y entregar demandas por la tala ilegal al mítico personaje llamado: jefe. Esta rutina lo dejaba fatigado, pero le daba la gran virtud de no pensar, aunque era simplemente un empleado mal remunerado y con una vida miserable, él prefería que las cosas siguieran así: no había preocupación alguna ni menos responsabilidades, solo se tenía que preocupar de no tener problemas; y el no tener problema te entrega la felicidad: una mediocre felicidad, pero una felicidad al fin y al cabo.

María amaba a Humberto.

El paso del invierno fue triste y opaco, a veces el tiempo se detenía y fragmentaba todos los momentos, espacios y sentimientos para purificarlos. El amargo pasillo, la blanca bata, el ensangrentado bisturí eran objeto del odio y la lata de Humberto, quería terminar raudamente
la decadente situación, se sentía avergonzado y débil. Culpaba inconcientemente a María por la aberrante ignominia que tenía que pasar cada noche cenando solo, durmiendo incómodamente en el sillón escuchando los quejidos y lamentos de su esposa. Ya no le bastaba asesinar el tiempo con sudokus ni sopas de letras, deseaba volver a su monótona vida. Humberto era el claro ejemplo del animal de costumbres, o bestia de costumbres.
Mientras Humberto aborrecía la situación, María sufría cada tormento. Su persona era el claro ejemplo de la inmolación de la felicidad individual por el bien del otro: ella siempre fue una gran ama de casa, una gran amante (aunque Humberto no era un hombre de personalidad fogosa) y una excelente cocinera. Cuando Humberto quedo en la calle después de apostar la recaudación de todo el personal en las carreras de galgos, María fue la que trabajo en una fuente de sodas nocturna para mantener la casa: sobretodo la cuenta del cable de televisión.

Ella también sufrió la muerte del hijo que jamás vio la luz.

La única felicidad de María era la voz de Enrico Caruso. Podía estar horas y horas escuchando al tenor italiano sin mostrar señal de aburrimiento o tedio. La pasión de María por la opera era objeto de cólera y amargura por parte de Humberto. Era común que al llegar a la casa, el solo hecho de encontrar la radio encendida lo fastidiara y se fuera sin decir palabra alguna a la taberna. Por esta razón María solo escuchaba opera en las primeras horas de la mañana.

Aunque Humberto fuera un pésimo marido, nunca abofeteo a María. Nunca tuvo el coraje de hacerlo.

La desdichada mujer sin señal alguna cayó en coma. A Humberto no le fue extraño e incluso en el fondo de su propio corazón le era agradable- el fin estaba próximo-, sentía. Así fue un poco más llevadera la estadía en el hospital, a la larga tenía un fin práctico: ya que le pagaban las horas que se ausentaba por estar en el hospital, y aunque quisiera le era imposible escaparse un momento a la taberna por la sencilla razón que todos los empleados del aserradero iban a ese lugar. Incurrió a la práctica de conformarse simplemente con un par de tragos y unas cuantas pajas en el baño del hospital.
María murió en quince de mayo a los sesenta años de edad. Su funeral fue corto y sin mayores tristezas, dentro de los presentes solo se encontraban cinco personas (la señora margarita con su esposo Aurelio, Ricardo, Peta Ponce y Humberto). El entierro fue corto y sin cantos, el réquiem fue apagado.
Humberto esta vez comió solo. El puré picante con carne( el mismo tuvo que cocinarlo después de años sin tocar un horno) esta frío pero no le podía reclamar a nadie, estaba completamente solo. Ya la noche había caído y en el cielo figuraban un centenar de estrellas. Humberto salió a botar la basura, sacudió energéticamente la bolsa y se percato de la presencia del cartucho vacío de maquillaje, naturalmente que era de María: lo tomo lo sacudió (estaba a medio usar), maquinalmente observo el cielo y posteriormente lanzo el cartucho al bote de la basura, dio media vuelta y comenzó el retorno con una sonrisa dibujada en su aburrida cara.
(todo lo que comienza en comedia termina en drama)

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