lunes, 22 de noviembre de 2010

un recuerdo mas, un deseo acabado


¿Que hace una vida ilustre?...
La verdad no se qué escribir. Estoy sentado en el taburete de mi oscura habitación, una ruma de antiguos libros yace en la cobriza madera de mi desvencijado escritorio. Busco un lápiz Bic y una amarillenta hoja de cuaderno y comienzo a escribir sueños, miedos, anhelos, reflexiones, divagaciones, desvaríos y blasfemos deseos. Escribo con una pobre ortografía y dispersa puntuación: escribo de forma caótica y desordenada con pequeños matices pusilánimes…son solo pensamientos, digo para mis adentros tratando así de darle algún tipo de coartada a mí accionar.
Raudamente la noche se hace presente ante mí. Percibo voces en el exterior del umbral de la ventana, por algunos minutos me desconcentro y el cansancio se apodera de mí, me recuesto pesadamente en una cama desecha y con olor a humedad.
...El niño tiene las manos chorreando en excremento, el ríe, lo sé, la vieja gorda lo mira con desinterés desde la mecedora. Comienza a tejer continuamente y rápidamente, solo interrumpe los movimientos para rascarse la barbilla y golpear con el bastón la cabeza del niño cuando este hace un ademán de llevarse las manos a la boca. El niño solo ríe, pero la risa no es de felicidad sino de nerviosismo: el niño está riendo con miedo ¿a qué?, se retuerce en el suelo riendo con dementes carcajadas y mientras su comportamiento se vuelve más errático la vieja lo golpea con mayor brutalidad, en el esfuerzo se cae de la silla, de su sexo exuda amarillenta hiel plagada en males y infecciones, una música sin ningún acorde afinado se escucha desde el otro lado del mar…
Trato de fingir que aun duermo, faltan aun dos horas para el amanecer y ya me es imposible conciliar el sueño. Antiguamente en estos momentos recurría a placenteras prácticas personales, pero ahora no, me sentiría decadente que por el insomnio (y ciertamente mi edad) volviera a pajearme pensando en mujeres irreales, todavía no; todavía no toco fondo. Escucho desde un lugar remoto el ladrar de un perro, se calla repentinamente. Enciendo la luz de la cabecera de mi camastro, mi habitación esta tal cual como la deje, en su desorden y fealdad habitual. Me levanto aturdido y me dirijo hacia la ventana para observar la noche: no consigo ver nada bello, solo algunas sillas y cachureos sin mayor relevancia. Tengo que reconocer que la oscuridad exterior me aburrió rápidamente, además que hacía frío. Me dejo caer en la cama que rechina con una repentina fuerza. La espera y el aburrimiento son caldo de cultivo de alucinaciones: llegan como un vendaval castigador que azota con brutal furia la precaria choza de mi cerebro, escucho el palpitar de mi corazón mientras se presenta frente a mí un cuerpo de un old man suspendido en el aire con un soga atada al cuello, la cara pintada de blanco, su falo erecto manchado con semen y un pepino introducido en el ano. Me arden los ojos, trato de cerrarlos pero me es imposible, los gritos se atormentan en el devastador silencio de mi universo… el callar es la única escapatoria, la única arma contra el vago frenesí que es víctima mi cabeza- ¡cállate Rimbaud, calla Rilke por venia de Jesucristo!-.
La imagen sadomasoquista no me turba, aunque la curiosidad por saber porque mi cabeza proyecto esa y no otra imagen causa un cierto desconcierto. Estas fantasías siempre hacen mella en mi amor propio y me hacen sentirme miserable. Aparto de mi camino al colgado que se balancea tras de mí, observo una cocina limpia y estéril. El amanecer llega majestuosamente como un héroe libertador de la turbada alma, ¿turbada, jamás? solo un poco saturada, en fin, el asunto en este momento es irrelevante. Por favor, observemos el bello amanecer.

(Todo lo que comienza en comedia cae frente a Asmodeo)

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