martes, 26 de octubre de 2010

Quimera


Lima prendió su pipa con un aire de tedio, se paro rápidamente y comenzó a observar el gris paisaje exterior: los niños del orfanato habían salido a jugar en los húmedos y gastados balancines, los observo como todas las mañanas lo hacía y a más de alguno le respondió una paternal sonrisa o una mirada autoritaria .Luego se acerco naturalmente hacia donde estaba Hilda y la abrazo por la espalda, y comenzó a lamer grotescamente la oreja; la hembra cerraba los ojos por el furtivo placer mientras se desabotonaba el bretel. Lima bajo la mano por su estomago tratando de buscar entre sus extremidades el codiciado sexo: la señora blandes abrió su sexo como bruta magdalena mientras se atarantaba para desprenderse de la ropa interior. Lima aparto su mano mientras besaba el velludo sexo de blandes, comenzó a tocar el maltratado y desnutrido seno. Lima jugueteaba con el pezón y lo exprimía con sádica pasión de clericó, su cólera era tan pronunciada que sus actos se volvían torpes, como si fuera el momento digno de ser tachado como una violación o como si sus pensamientos fueran un martirio: tal vez deseaba que todo esto acabara rápido. La penetración fue corta y sin mayor preámbulo, y aunque los gritos de mis Blandes parecían naturales en su cara había un aire de fuga: concluí que ella no estaba allí, sino estaba frente a las puertas del cadalso social esperando que la cuchilla libertadora concluyera así su error. Si es que se puede llamar un error. El día estaba soleado y pegajoso; digno día para tener sexo furtivo.
La silla estaba empapada en sudor y en mucosidad vaginal. En el suelo yacía Lima respirando agitadamente. Blanca Blandes lleno un lavatorio con agua, lo dejo en la silla frente al escritorio donde se encontraba una bellísima copia empastada en cuero del villorrio de William Faulkner. Comenzó a sollozar mientras se enjuagaba su demacrado sexo con la tibia agua, era penoso ver a esta mujer llorando por la culpa que le producía amar a un hombre que socialmente no podría amarla, era un tanto terrible pero cierto: como lo es la sangre, como lo es la política, como lo es el sufrimiento y la codicia. Lima se repuso nuevamente; se levanto y busco cansadamente los cigarrillos (marca blue horse), quedaba ninguno, estrujo la caja y la boto al suelo.

- voy a comprar cigarrillos al pueblo, iré en la furgoneta de la congregación-.

-recuerda que los automóviles todavía no se inventan-. Dijo blanca llorando pausadamente.



-Los actos siempre son temerosos: gracias al temor nace la moral, y todo lo demás-. Me lo dijo un trovador alguna vez en una noche de borrachera cuando se murió Perla Ventura. Recuerdo que jugamos brisca; la única salvedad que no apostamos dinero, sino recuerdos. Primero aposte los momentos en Uganda (la verdad no me interesaban mucho), luego el trovador aposto recuerdos de gitanos y carreras de puercos en la sierra, así sucesivamente dejamos escapar recuerdos amargos, bellos, extraños e incomprensibles que nos sedujeron hasta altas horas de la madrugada. Ya en las últimas partidas y cuando el vino y los mismos recuerdos escaseaban destello fugazmente pero con brillante claridad la imagen de Humberto Lima: jugué dos recuerdos más y borracho desfallecí en la rustica silla.

Desperté en Niebla: Chile.
La mañana era húmeda en estos solitarios parajes. Me desperté erguido, a mí alrededor yacían un centenar de ratones mutilados; la sangre de los roedores se agolpaba frente a mis pies y la tierra no tenía la capacidad de drenar la sangre. Camine con un vago rumbo, mi mente ya conocía esos lugares olvidados por la civilización pero evocar el pasado me era extrañamente doloroso. Mi mente era abrazada por las llamas del olvido.
Humberto me esperaba. La casa a la cual llegue tenía un fuerte olor a putrefacción y muerte. Lima parecía que me esperaba ya que estaba frente a la puerta jugando ajedrez con Fabio Casavieja, al asomarme por la puerta (crujió estrepitosamente) me miro y sonrío sardónicamente, le hizo una seña con la mano a Fabio para que se fuera y este me miro con cierto desprecio y salió de escena. Camine hacia donde estaba Lima y me senté frente al tablero. El movió el caballo y yo moví un peón. Nos comunicamos así por más de dos días, el tablero comenzó a rechinar: pero ninguno de los dos se movió. Después de varios días se cayó una torre: la recogí y observe que mi pie izquierdo era de piedra y el derecho de arcilla, me levante asombrado y observe a Humberto, él me miro y sonrio, me mostro su mano derecha: era de arcilla. El dialogo se hizo con los llorosos ojos.

-Te extrañaba hijo-

-Amen… padre-

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