miércoles, 1 de septiembre de 2010

caballos azules


La vista no es buena, jamás lo fue la verdad, sólo era un acantilado frente al puerto. Para mí la belleza que se depositaba en ese lugar era un concepto abstracto y difícil de precisar: sólo planicies vacías en un azulado aburrimiento oceánico que, sin embargo, era bello, era amargamente bello.
- ¿Quiénes son? - dijo la voz.
Cabalgan majestuosamente tan seguros de sus pasos que atormentan a cada hombre que los observa. La noche se resquebraja dando paso al astro mayor: la oscuridad muere cansada tras los centellantes pasos de la luz. Los pensamientos del muchacho hieren con fragilidad la armonía del alba: cada verso del furtivo poeta se entrecruza con sentimientos paganos de deidades temporales y cobardes… “no pienses muchacho”, dijo la voz. Craso error, los caballos no perdonan jamás.
El zumbido de las avispas devorando la azulada carne putrefacta. El horror de la muerte decorando carroñeras vidas, desdibujando en cada segundo los márgenes de nuestra propia naturaleza absurda y vana: terminaremos masticados y digeridos por las moscas creando más moscas, más excrementos y muchas más moscas. Y los caballos morirán, como todo en esta vida, y su elegante andar será cegado por las bestias de la modernidad.
- ¿Qué deseas? - dijo la voz.
Un paraíso en ruinas. Deseo vivir en un paraíso en ruinas donde anhelar lo imposible sea el sustento de cada día; repartiendo desdén por todos los lugares, así nadie tendrá la desdicha de no haber odiado a alguien (sin importar si fuese un minuto o una eternidad)… uno reina en su propio charco de excremento.
- ¿Quién eres? - dijo la voz.
Somos payasos infelices. Incapaces de reír, incapaces de hacer reír. Sólo nos contentamos con observar y ver el tiempo desangrándose en nuestros dedos, mirando desde lejos una felicidad ajena y soberbia que nos carcome de ira por el solo hecho de no poseerla.
Ahora creo en ti. Eres el dios que quieres ser…

(Silencio)

(Todo lo que comienza en comedia termina en la nada)

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