domingo, 25 de julio de 2010

vejez


El tiempo roe y carcome mi ser. Ya no canto como antes frente al espejo ni busco la anhelada paz en ver a mi descendencia crecer fuertes y sabios. Miro mí reflejo en el espejo, te aborrezco desdeñable y sardónica imagen; aborrezco tu blanca barba, tu curva espalda, tus manchas en la piel y tu amorfa soledad.
¿Por qué no se lo dijiste cuanto estaba viva?... Y ahora; mírate, opaco y sin vida. Mira por favor tu cuarto, todos tus libros desparramados, tus brillantes soldados de plomo vestidos de una grisácea capa de polvo, tu camastro sucio: ese camastro que te sirvió para tantas noches de sano placer junto con Rachel ahora está olvidado como todo lo resultante de tu universo. ¿Qué te ha pasado hombre por el amor de Dios?
Ya mi cabello esta blanco y mis testículos marchitos, ya no queda nada más que hacer que refugiarse en los esplendorosos recuerdos. Recuerdos bellos y distantes… donde reías a mi lado, me mirabas sin pena ni desdén, te deseaba, no sabes cuánto te deseaba(o más bien te deseo) pero todo mi ser esta carcomido por las ratas del tiempo. Ya solo queda tiempo para lamentarme frente a la a ventana mientras la lluvia azota frenéticamente la techumbre. Me hubiera encantado elegir el camino de la purificación, no este.

-abuelo… ¿eres feliz?-

- a ratos… como toda la gente…-

sábado, 10 de julio de 2010

retratos... retratos tras retratos


El fresco en la muralla era de madame Clauverd. Lo pintó cerca de su muerte y cuando el tumor en su cabeza la postraba, semana tras semana, en una fría y desdeñosa pieza fuera de la casa central.
La pintura figuraba varias imágenes simbólicas de su vida, era casi como un retrato de su vida, pero pesimista y colérica; los colores, las texturas. Claramente se observaba el frenesí rabioso y desenfrenado en cada brochada…

- Estás desquiciada - dijo el conde de Baviera una vez, cuando observó que madame Clauverd mezclaba su semen con óleo para terminar la imagen sacra de la virgen de los remedios.

- Quiero pintar con vida, quiero que mis obras no sean sólo representaciones ficcionadas de mi alma, siento que la pintura me llama a buscar no ser sólo imágenes. Deben respirar, sentir, llorar y amar como su autor, como su pintor. Por eso, la virgen necesita ser pintada con fluidos humanos -.

Así comenzó a recolectar fluidos. En principio, ocupaba orina o sudor para mezclarlas con tinturas. Tenían color y se diluían fácilmente en la tela pero, sin embargo, el olor era insoportable y su poca resistencia al calor lo hacía inútil para pintar. Pero, todos estos inconvenientes no desmotivaron a la madame. Es más, comenzó a estudiar grandes volúmenes de anatomía como fisiología humana y animal: comenzó a cazar gatos y perros para ver si su orina o su sangre le eran útiles para pintar, pero lo descarto a los primeros fracasos sin mayores contemplaciones. Ya el semen, la orina y el sudor le era insustancial como también poco atractivo para su empresa. Necesitaba más, y más, y más. Algo con cuerpo, con vida: como la sangre.

- En los cementerios no hay sangre, idiota-. Le dijo el alquimista Jean Paul Cloumans. Ella miraba con una mueca satírica y sin entender la realidad. Ya hace meses que vivía subyugada en un mundo sin fronteras morales ni éticas. Se despertaba todas las noches excitada, sudada y sola.

Clauverd desde niña le tenía miedo a los cortes, y no estaba dispuesta a ella misma sangrar para poder pintar. Para esto ocupó a Bayard, un esquizofrénico que servía en la casa de sus padres. Bayard tenía fama de comer ratas y servirse de sus propios fluidos para alimentarse. Muchas veces el sagrado tribunal trató de arrestarlo infiriendo que tenía pactos con el mal o que era adepto a la nigromancia. Pero, el padre de la madame intercedió ante el tribunal eclesiástico, presumiblemente por la culpa que le producía haber engendrado un bastardo como él. Este pobre hombre era lo que necesitaba para su empresa. Pero Cloumans le habló en un sueño que la sangre de un hombre con deplorables hábitos alimenticios iba a destruir por completo la tela. Esto no impedía del todo ser utilizado para un macabro propósito: él haría el trabajo sucio, él sería el asesino.
Necesitaba una niña. Sí, la sangre de las niñas es más fértil y sutil que la de los hombres, su delicadeza en el cuidado de sus cuerpos la hacen ideales para compartir su sangre con madame Clauverd; más que mal, es por arte.
Eloísa Rieux tocaba melodías de Bach para su abuela ciega. En las noches remendaba sus vestidos junto al calor de las velas. Le gustaba pasear por el parque y era prometida de Sir Walter Ninpaw. Era bella y delicada, sutil e interesante. Era la indicada.
Bayard en principio no aceptó la propuesta: no aceptó dinero ni bienes. Pero, no pudo rehusarse a poder tocar y penetrar el cuerpo de la madame. Para Clauverd ese hombre le era repulsivo y desdeñable, pero no hubo caso con él. Tendría que gruñir para conseguir la pintura.
En este punto la historia se vuelve intrincada. Ya me es difícil seguir cronológicamente la narración, incluso lo es para un narrador omnisciente. Todo se funde en una amalgama de saberes y poderes incompletos, acciones inútiles y absurdas hasta para un niño, que, sin embargo, consiguieron su cruel y enfermizo objetivo.
Eloísa Rieux fue asesinada el 4 de octubre junto a su cama. El asesino deslumbraba falta de talento y frialdad. Desfiguró el cuerpo con puñaladas innecesarias, corrompió sus cabellos y uñas, destruyó sus venas volviendo a la pobre Eloísa en un des-humano, incluso para un cadáver. Paradójicamente, nadie pudo inferir quién fue el asesino; unos decían que fue una especie de sabueso gigante, otros pensaban que fue una vendetta política por la muerte de Alonso, el duque de Mauspierre, rival en la corte del padre de Eloísa. Al fin y al cabo nadie pudo averiguar realmente quién fue el ejecutor, incluso con lo torpe que fue éste al cometer el crimen.
Junto con la tela se encontraba la palpitante sangre. Estaba quieta, caliente y con vida. Madame Clauverd estaba sentada mirando la tela blanca y estéril. Después de un rato (diez minutos o todo un día) se dignó a levantarse para tomar el pincel. Lo untó en la sangre que comenzaba a cuajar y comenzó a pintar. Se sentía fresco y hermoso, dulce y apasionado. En cada pincelada plasmaba un toque vital sin comparación alguna. Al ya estar el fondo totalmente pintado, retrocedió para ver el principio de la obra más grande de la historia de la pintura. Lo observó: era bello. Rió como niña, cerró los ojos gratamente y al abrirlos su obra comenzaba a quemarse. No, no puede ser… Rápidamente corrió a sofocar las llamas con sus manos, pero era imposible, era un fuego helado. Gritaba despavorida, gritaba como si sólo su voz fuera oída en la tierra, gritaba y gritaba y su obra cada vez se iba consumiendo más. Gritaba sin remordimientos, gritaba con una pasión desenfrenada, sus manos estaban calcinadas, la gente comenzó agolparse en la puerta, los hombres forzaron la puerta y ella gritaba y gritaba, los hombres la detuvieron, los hombres la encontraron gritando y gritando, frente a una tela blanca… sin pintura alguna.

viernes, 2 de julio de 2010

imaginacion...


Escribo…

En mi pieza perdura el silencio. La calma y la oscuridad se funden creando un ambiente único y apacible. Acostado reflexiono burdas paradojas que no conducen a nada, busco un imaginar centellante como lo soñé cuando pequeño, en donde mis problemas se reducían a tan solo unas cuantas patrañas y rabietas mal controladas. Recuerdo el sol azotándome la frente, mis ojos depositados en el balón, en mis amigos, en mis juguetes, en mi ser. Nada me faltaba… esperen, recuerdo un sentimiento vacío y parco, no: no era un sentimiento, era un anhelo: si, recuerdo ese anhelo, lo recuerdo claramente.
Tenía el pelo largo y ocupaba pantalones color cobrizo. Su piel era de un blanco invierno, sus ojos eran de un marrón profundo y uniforme que acentuaba aún más su caucásico parecer. Era pequeño y rechoncho: gustaba de grandes festines junto con su familia. Jugaba brisca con los mayores, escribía el puntaje en los juegos de domino y leía ciencia ficción. Planeaba casarse con una extranjera de esbelta figura y magnos senos. Prefería caminar que correr, siempre andaba rascándose los testículos por el bolsillo del pantalón y nunca estudiaba ya que albergaba un sueño acumulado de noches de imaginaria masturbación.

Nunca tuvo nombre. Claro, si jamás nació ni murió, solo existió en los parajes de una imaginación infantil, solo existió en mi cabeza. El es el amigo que jamás tuve, el fue mi compañero de tantos pensamientos inconclusos e incomprensibles; él era mi anhelo, el era mi sueño, el era mi hermano…